Las 10 cuadras…
Hoy salí de mi casa en medio de la cuarentena. Salí porque el hotel donde trabajo queda a 10 cuadras de mi casa y necesitaban a alguien que fuera a dar una vuelta y ver novedades, fue la excusa perfecta para salir y decidí ofrecerme a ir. Vivo en una zona del país que para muchos hoy es envidiable rodeada del bosque y lago. Esta mañana caminando al hotel y a pocos minutos comenzada mi caminata de 10 cuadras, un ruido de pequeños martillazos llamo mi atención. ¡Qué raro! pensé, es como si un pequeño nene estuviera jugando al carpintero. De repente mis sentidos hicieron mover mi cabeza hacia arriba y divisar los árboles. De ahí provenían los ruidos, dos pájaros carpinteros negros con una gran cresta roja golpeando sin parar aquel árbol. Estaban tan cerca de mí los podía detallar y por supuesto que quise pero no podía contar las veces que hacían el movimiento contra el árbol para hacer el agujero, eran gigantes para mí, pensé, ¿por qué hacían eso?, ¿cuál era su finalidad?, de seguro lo buscaría en línea en cuanto llegara a mi destino, ahí me quede mirándolos y preguntándome ¿serán pareja? ¿Tendrán bebes?, y si los tienen ¿cómo será un bebe carpintero martillando el árbol? Todo eso mientras miraba y escuchaba ese pequeño ruido que retumbaba cada vez más en toda la calle. También pensé hubiese traído mi cámara y sería una gran foto, al cabo de un rato seguí mi camino y mientras me adentraba en el bosque comencé a prestar atención a todo lo que escuchaba y veía. Los árboles que me gustaría tener en mi jardín, los pequeños pajaritos haciendo nido. En 10 cuadras no me cruce a una sola persona, era yo sola, el bosque y los animalitos. Fue ahí cuando me di cuenta como había cambiado el paisaje en tan solo unas semanas, había llegado el otoño y por las mismas calles que transitaba hace unos días atrás todo lo verde se había convertido en una paleta de colores cálidos, que iban desde el ocre hasta el rojo fuego, algunos árboles, ya comenzaban la transformación y se empezaban a deshojar. El aire se sentía más frio al respirar, con el aroma a arce, leña y salvia, las montañas se veían más claras, más rojas y menos verde. Era un día sin viento el lago era un espejo, como si alguien hubiese derramado aceite y quedo ahí sin moverse con las montañas reflejadas. Durante el camino coseche de un manzano unas manzanas dulces y rojas, iba feliz cual perdiz libre. Por un momento me olvide de donde estaba y lo que sucedía en el planeta tierra, sentí que podía caminar así de por vida y descubrir miles de cosas tal cual exploradora. Quizá otro carpintero o un cóndor podría ver más adelante y vivir de manzanas y peras, muy seguramente si la situación fuera otra no hubiese vivido la experiencia de las 10 cuadras como si fuera una niña exploradora.
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